[D1M] Presentación (Privado)
[D1M] Presentación (Privado)
Año 1500. El Santa Bárbara había cruzado cuatro veces el océano que separaba las Indias de la Península Ibérica y el capitán Reverte se sentía seguro. La galeaza española era uno de los mejores barcos que partía del Puerto de Palos con cuarenta remos por banda y con veinte cañones y 30 pedreros, no había pirata que se atreviera a enfrentarse a ellos. Era un barco perfecto. La reina le había concedido casi cien remeros presos, lo que suponía un gran ahorro, además varios hidalgos sin tierras, damas desafortunados y otros tipos de exiliados estaban más que dispuestos a pagar un billete en ese barco, preferible a cualquier carabela o pinaza que encontraran por ahí. El barco tenía más de trescientos ocupantes, víveres para mantenerlos a todos y un mes de camino por delante. Debían asentarse en alguna isla cerca del continente que permitiera servir de punto de origen de diversas expediciones por toda la costa
Lo que no esperaba el capitán Reverte era la tormenta más atroz que había visto jamás, olas más grandes que el palo mayor le habían obligado a recoger los remos, muchos de sus pasajeros y tripulantes habían caído por la borda. Su timonel había caído al mar y él agarraba el timón con fuerza, pero la ola gigantes hacía que el barco cada vez más se pusiera en vertical, como si tuviera la posibilidad de navegar hacia el cielo. Muchos más gritaron mientras caían y el capitán observaba como la ola engullía su nave.
...
Abrió los ojos viendo un cielo azul brillante sobre su cabeza, ladeó la misma huyendo del sol y su mirada se topó con el Santa Bárbara, partido a la mitad, en la playa. Alrededor suyo había varios cuerpos pero su instinto le hizo incorporarse y correr hacia el barco a toda velocidad. ¡Los víveres! ¡El agua! ¡El oro!
Al llegar al agujero de entrada a la cubierta inferior sus ojos se abrieron de par en par. Todas las provisiones seguían en el mismo sitio, como si ninguna tormenta lo hubiera tocado. Corrió al fondo del barco hasta donde antes estaba la popa y trepó por las escaleras hasta la cubierta de remos. Allí reposaban medio centenar de cadáveres hinchados por el agua y atados de pies y manos con cadenas al suelo.
De repente un fuerte dolor le atravesó el pecho y vio como por su esternón asomaba la punta de una espada.
- ¡Oh, vaya! Capitán. Lo siento mucho. Pero llevaba mucho tiempo deseando hacerle esto. Espéreme en el infierno Reverte y mándele saludos al resto de su tripulación.
Una patada en la espalda le hizo caer al suelo y el capitán no tuvo fuerzas para girar su cabeza y encarar a su asesino. Pero sus ojos podían ver la selva que bordeaba la playa y de repente tuvo la sensación de que una sombra negra gigante se removía entre los árboles. Sin lugar a dudas era la parca que venía a por él. Podría haber sonreído pero su cuerpo se había rendido. Ya estaba muerto cuando su asesino limpió la hoja en su ropa.
Lo que no esperaba el capitán Reverte era la tormenta más atroz que había visto jamás, olas más grandes que el palo mayor le habían obligado a recoger los remos, muchos de sus pasajeros y tripulantes habían caído por la borda. Su timonel había caído al mar y él agarraba el timón con fuerza, pero la ola gigantes hacía que el barco cada vez más se pusiera en vertical, como si tuviera la posibilidad de navegar hacia el cielo. Muchos más gritaron mientras caían y el capitán observaba como la ola engullía su nave.
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Abrió los ojos viendo un cielo azul brillante sobre su cabeza, ladeó la misma huyendo del sol y su mirada se topó con el Santa Bárbara, partido a la mitad, en la playa. Alrededor suyo había varios cuerpos pero su instinto le hizo incorporarse y correr hacia el barco a toda velocidad. ¡Los víveres! ¡El agua! ¡El oro!
Al llegar al agujero de entrada a la cubierta inferior sus ojos se abrieron de par en par. Todas las provisiones seguían en el mismo sitio, como si ninguna tormenta lo hubiera tocado. Corrió al fondo del barco hasta donde antes estaba la popa y trepó por las escaleras hasta la cubierta de remos. Allí reposaban medio centenar de cadáveres hinchados por el agua y atados de pies y manos con cadenas al suelo.
De repente un fuerte dolor le atravesó el pecho y vio como por su esternón asomaba la punta de una espada.
- ¡Oh, vaya! Capitán. Lo siento mucho. Pero llevaba mucho tiempo deseando hacerle esto. Espéreme en el infierno Reverte y mándele saludos al resto de su tripulación.
Una patada en la espalda le hizo caer al suelo y el capitán no tuvo fuerzas para girar su cabeza y encarar a su asesino. Pero sus ojos podían ver la selva que bordeaba la playa y de repente tuvo la sensación de que una sombra negra gigante se removía entre los árboles. Sin lugar a dudas era la parca que venía a por él. Podría haber sonreído pero su cuerpo se había rendido. Ya estaba muerto cuando su asesino limpió la hoja en su ropa.
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